Al igual que muchos otros, vivían en Behenafarroa un padre, una madre y
sus tres hijos. Un día el padre salió de caza y se encontró con un
enorme Tártaro que tenía un solo ojo enorme. Lo llevó a su casa,
lo encerró en el establo y avisó a todos sus parientes y amigos
para que fueran a cenar a su casa al día siguiente, porque después
de la cena, le quería mostrar un animal fantástico.
Temprano,
por la mañana, Garsea, el hijo más joven, se acercó al establo y
observó por una rendija a la bestia que su padre había cazado. Al
instante sintió mucha lástima por el gigante encerrado.
-¿Que
puedo hacer por ti?- le preguntó.
-Devuélveme
mi libertad- le contestó el Tártaro.
-Yo
no tengo la llave- respondió Garsea.
-Seguro
que estará colgada en el clavo de las llaves. ¡Ve a buscarla!
Garsea
encontró la llave en el clavo y liberó a Tártaro.
-Gracias
amigo mío- le dijo éste. -De ahora en adelante yo seré tu
servidor. Llámame cada vez que lo necesites.
Al
llegar la noche la casa estaba engalanada para recibir a los
invitados. Después de la cena, el padre llevó a los pariente y
amigos a ver al Tártaro, pero se encontraron el establo vacío. La
vergüenza y la rabia del padre fueron tan grandes que dijo:
-¡Me
gustaría comer crudo y sin sal el corazón de aquel que ha dejado
escapar a mi bestia!
Garsea
sintió un gran miedo al escuchar las palabras enfurecidas de su
padre, y se marchó de la casa. Anduvo mucho tiempo, y pronto empezó
a sentir hambre y mucho cansancio. No sabía que hacer, cuando de
pronto recordó las palabras del gigante y lo llamó a gritos.
-¡Tártaro, Tártaro, Tártaro!-
Éste apareció delante de él, y
Garsea le contó lo que había ocurrido. A lo que Tártaro dijo:
-Un
poco más lejos encontrarás una ciudad en la que vive un rey.
Entrarás a su servicio como jardinero, arrancarás todo lo que haya
en el jardín y al día siguiente brotarán tres hermosas flores. Se
las llevaras a las tres hijas del rey y le darás la más bella a la
hija más pequeña.
Garsea
así lo hizo. Se presentó en el castillo y pidió plaza de
jardinero. Luego arrancó todas las plantas y malas hiervas que allí
había, y al día siguiente brotaron tres maravillosas rosas como
jamás nadie había visto en la región. Garsea llevó las flores a
las princesas y entregó la más hermosa a la menor, enamorándose de
sus grandes ojos.
Un
día se anunció en la ciudad que la menor de las princesas sería
entregada como ofrenda al dragón, que una vez cada siete años salía
de su guarida y arrasaba la comarca. Desesperado, el joven llamó a
Tártaro y le contó el problema. El gigante le entregó un caballo,
un hermoso traje y una espada reluciente; luego le dijo:
-Ve
esta noche al bosque y escóndete. Mata al dragón en cuanto asome la
cabeza por la entrada de la cueva.
Garsea
siguió el consejo de su amigo, y se fue al bosque de noche, se
escondió detrás de unos arbustos y esperó. Al día siguiente, a
una hora temprana, unos soldados del rey condujeron a la princesa y
la dejaron atada a un árbol en frente de la cueva. Luego se
marcharon a toda velocidad. Poco después, el dragón asomó la
cabeza y Garsea se la rebanó de un tajo. Después cortó las amarras
que aprisionaban a la joven y se marchó. La princesa, que no lo
había reconocido, regresó al castillo donde su padre le recibió
con gran alegría, e hizo anunciar que su hija se casaría con el
valiente caballero que había matado al dragón y liberado a la
princesa; pero nadie se presentó.
Entonces
el rey hizo colgar un anillo de una campana y ofreció la mano de su
hija a quien fuese capaz de atravesarlo con una lanza. Garsea llamo a
Tártaro, y este le dio un nuevo caballo, mucho más rápido y
hermoso que el anterior, un traje y una lanza plateada.
Llegó
el día de la prueba, habían acudido muchos candidatos desde todos
los puntos de Euskal Herria, y todos querían vencer; pero ensartar
una lanza en un anillo colgado del badajo de la campana era
dificilísimo. Llegó por fin el turno de Garsea, montado en el
caballo de Tártaro, pasó tan veloz, que los espectadores apenas
pudieron verle y ensartó el anillo con certeza, pero en lugar de
detenerse, salió galopando.
-¡Padre!-
Grito la princesa -¡se va! -
Y
el rey lanzó su dardo e hirió a Garsea en la pierna, pero no se
detuvo y desapareció en el bosque. La princesa fue al jardín a
llorar a solas, y se encontró con el jardinero que cojeaba. Al
preguntar que le ocurría, él respondió que se había clavado una
espina. Sospechando que el joven ocultaba algo, la princesa pidió a
su padre que averiguara el mal del jardinero. Cuando el rey le pidió
que le enseñara la herida, para su sorpresa, vio que aún tenía la
punta de su dardo clavada.
Una
vez aclarado todo el asunto, se hicieron todos los preparativos de la
boda, y Garsea pidió que invitasen a toda su familia, ordenando a
los sirvientes que a su padre le sirvieran un corazón de cordero
crudo y sin sal. El padre, al ver que a él le servían semejante
cosa, se sintió ofendido, y entonces su hijo, al que no había
reconocido, le dijo:
-¡Ah!
Padre... ¿no recuerdas que dijiste que te comerías el corazón
crudo y sin sal de aquel que dejó escapar al Tártaro? Fui yo, y he
de decirte que sin él, ni tú ni yo estaríamos hoy aquí ,
sentados en la mesa del rey.
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