viernes, 10 de octubre de 2014
El nacimiento de las hermanas Sol y Luna
Cuentan que al principio de los
tiempos, antes de que existiera la noche y el día, todo era
oscuridad. Esto hacía que diablillos y genios malvados pudieran
campar por la superficie de la tierra a sus anchas haciendo de las
suyas... por lo que los humanos, aterrados continuamente por estos
seres, fueron a pedir ayuda a Amalur suplicando una solución.
Amalur creo entonces a Ilargi (Luna), y durante un tiempo esto
funcionó, pues los seres malvados al ver la luz de Ilargi se
asustaron y no se atrevían a salir a la superficie de la tierra.
Pero con el tiempo se fueron a acostumbrando a la tenue luz de Ilargi
y poco a poco fueron saliendo de sus escondrijos, atemorizando aun
más a los humanos. Así que estos acudieron de nuevo a pedir a
Amalur una mejor solución a tan drástico problema. Amulur entonces
decidió crear una luz tan potente que estos genios jamas podrían
acostumbrarse a ella; es así como nació Eguski (Sol) creándose de
esta forma la noche y el día. Por la noche estos genios pueden
campar a sus anchas; pero al alba, antes de que puedan llegar a ver
la potente luz de Eguski, corren a protegerse a la oscuridad de las
entrañas de la tierra, adentrando a ella por las cuevas y grutas
repartidas por toda la geografía, y quedandose “el día para los
del día, y la noche para los de la noche” como le gusta repetir a
uno de estos genios malignos cuyo nombre es Gaueko. Para que los
humanos también se sintieran protegidos durante la noche, Amalur les
obsequió con la Eguskilore, una curiosa flor que crece en en lo alto
de las montañas y que es capaz de sobrevivir a gélidas
temperaturas. Desde entonces es costumbre en Euskal Herria que esta
flor protectora presida las puertas de todos los hogares, protegiendo
así a sus moradores durante la noche.
Cuentan que las Sorginak, Lamiñak y
genios malignos cuando ven una Eguskilore, se quedan tan maravilladas
por su belleza que no pueden evitar pararse contar todos y cada uno
de los pelillos o brácteas de su inflorescencia, que son muchos,
sorprendiéndoles el alba sin poder acabar de contarlos.
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