lunes, 15 de diciembre de 2014

Leyenda de Zenzengirri

Hace mucho tiempo vivía en Orozko un ladrón al que el oficio le iba muy bien. Todos los días conseguía robar algo de bastante valor, y por mucho que l@s vecin@s del pueblo intentaban atraparlo, nunca lo conseguían.

Este ladrón tenía su refugio en una cueva del monte Itzine, en donde guardaba todos los tesoros que iba robando. Ya poseía, entre muchas otras cosas, monedas de oro, collares, anillos, hebillas de brillantes... Tales eran los tesoros que allí guardaba, que aquello parecía la cueva de Alí Baba.

Normalmente, este ladrón tenía que alejarse bastante de Orozko para cometer sus fechorías, pues era bien conocido en la región y en cualquier momento le podían capturar los miqueletes que por ahí patrullaban día y noche con la intención de echarle el guante. Una de las veces que se encontraba lejos de Orozko, el ladrón murió. Nunca nadie supo cual fue la causa de su muerte, pero el caso es que allí donde murió, allí mismo lo enterraron como si de los restos de un animal se tratara.

En cuanto se enteraron en Orozko de la noticia, organizaron una cuadrilla para ir a Itzine a localizar la cueva del ladrón, y así llevarse el tesoro. Estuvieron varios días buscando la cueva sin ningún éxito, asta que ya se dieron por vencidos en la búsqueda.

Un tiempo después llegaron a Orozko unos hombres de Bilbo con un montón de mapas y señalizaciones. Fueron al monte Itzine, y en unas pocas horas encontraron la cueva de Atxulaur. Enseguida se lleno de curios@s los alrededores de la cueva  y, con gran ceremonia, se procedió a entrar en la cueva.

Nada más haber un pie dentro de la cueva se oyó un rugido espantoso parecido al mugido de un toro, pero mucho más espantoso y que helaba la sangre. el hombre retiró el pie inmediatamente.

   -¿Habeís oído eso?- Preguntó a l@s demas.
   -¡Yo sí! ¡yo sí!- Exclamó uno. -¡Es el diablo de la cueva!
   -¡Que diablos ni que ocho cuartos¡- Exclamó otro. -En las cuevas siempre se oyen ruidos extraños, es el viento que se cuela por algún agujero.
   -Si tan seguro estas, ve tú por delante.- Dijo el primero que lo intentó.
   -¡Pues claro que iré! ¡Faltaría más!

El valiente se adentró en la cueva, pero no le dio tiempo ni a contar asta tres cuando se apareció delante de sus narices un toro rojo el doble de grande que lo normal y echando fuego por la nariz. La bestia resoplo y arrastro las pezuñas en el suelo, con clara intención de atacar a ls intrus@s.

Tod@s dieron media vuelta casi al unisono y se fueron hacia el pueblo como alma que lleva el diablo. Una vez en Orozko consultaron con l@s más sabi@s, pero cada un@ respondía con una versión diferente. Para un@s era el diablo sin lugar a dudas, ¡si asta tenía cuernos!; para otr@s se trataba de Mari, la Diosa, ya que se solía aperecer en ocasiones con forma de toro de fuego; l@s más escéptic@s decía que se trataba de un toro normal y corriente que se habría escapado de algún caserío.

Finalmente, la más anciana de todas se pronunció:

   -Ni diablos, ni Mari, ni toro perdido. Es el espíritu del ladrón que ha vuelto a su casa, y necesita sus restos para poder descansar en paz.

Así pues, se organizó una comitiva para ir al lugar donde había muerto el ladrón y regresar con los restos que quedasen de él.

Volvieron a los pocos días y depositaron sus huesos en la entrada de la cueva. Al instante se convirtieron en polvo, y de nuevo de adentraron en la cueva, no sin cierta reticencia al principio. Comprobaron que el Zenzengorri ya no estaba ahí, pero sí el tesoro, intacto y resplandeciente. Fueron sacando todas las cajas y baúles repletos de objetos de gran valor, asta que dentro no quedó ni una moneda de medio céntimo.

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