Hace mucho tiempo, vivía un ladrón en Antzuola. No era un ladrón importante, robaba cosas pequeñas: una gallina por aquí, un par de conejos por allá, tomates, lechugas...
Una noche de invierno de ésas que hace mucho frío y el cielo está tan claro que se pueden cintar las estrellas una a una, el ladrón fue a robar algo de leña que un vecino del pueblo tenía apilada en el umbral de la casa. Aprovechando la oscuridad de la noche, el ladrón cogió la leña y se fue para su casa, contento porque no le había visto nadie. De repente se dio cuenta de que la Luna brillaba más que de costumbre, y que esta parecía estar siguiéndolo. Enfadado con ella le gritó:
-No necesito de ti, ¿me oyes? ¡Lárgate!
Como la Luna seguía detras de el sin hacerle caso, el hmbre le volvió a gritar:
-¡Que te largues! ¿Me oyes? ¡Vete!
La Luna seguía sin hacerle caso, así que el ladrón dejó la leña en el suelo y, cogiendo unas piedras del suelo, empezó a tirárselas a la Luna .
De pronto la Luna empezó a descender; bajó y bajó asta que estuvo cerca del hombre, que lo agarró con su cuerno por la cintura y lo levantó, volviendo con el al cielo.
Desde entonces el ladrón está allí, y en noches de luna llena puede verse su cara perfectamente si observamos con atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario